21 de Junio 2025
En medicina humana, los antipsicóticos han sido fundamentales para tratar cuadros severos como la esquizofrenia, el trastorno bipolar, las psicosis inducidas por sustancias o incluso síntomas conductuales en demencias. Sin embargo, en etología clínica, su uso está prácticamente descartado.
¿Qué son los antipsicóticos y para qué se usan en humanos?
Los antipsicóticos son fármacos que bloquean principalmente los receptores dopaminérgicos D2, aunque también interactúan con otros sistemas como serotonina (5-HT2), histamina (H1), noradrenalina (α1) y acetilcolina (muscarínicos).
Se clasifican en:
Típicos (primera generación): haloperidol, clorpromazina, levomepromazina.
Atípicos (segunda generación): risperidona, olanzapina, quetiapina, aripiprazol.
Se utilizan para tratar trastornos como la esquizofrenia, trastorno esquizoafectivo, trastornos delirantes, episodios maníacos en el trastorno bipolar, psicosis secundaria a sustancias y síntomas psicóticos en demencia.
En estos casos, su acción dopaminérgica es específica y justificada por un exceso de actividad dopaminérgica, sobre todo en el sistema mesolímbico (vía neuronal del cerebro que juega un papel crucial en la experiencia de placer, recompensa y motivación).
¿Y qué pasa en perros y gatos?
1. No hay trastornos psicóticos
Hasta la fecha, no existe evidencia científica que sustente la presencia de trastornos psicóticos en perros o gatos. Conductas como persecuciones del propio cuerpo, vocalizaciones sin causa aparente, reactividad intensa o estereotipias complejas no son manifestaciones de psicosis, sino que suelen estar asociadas a trastornos de ansiedad, de procesamiento sensorial, epilepsia focal o dolor crónico o enfermedad médica subyacente. Por lo mismo, el uso de antipsicóticos para estas condiciones clínicamente no estaría justificado ya que conlleva más riesgos que beneficios.
2. El bloqueo dopaminérgico es un arma de doble filo
La dopamina en animales no solo regula el movimiento, sino también la motivación, el aprendizaje por refuerzo, la conducta exploratoria y la regulación emocional. Al bloquear los receptores D2, los antipsicóticos provocan sedación intensa, inhibición del movimiento y de conductas normales, alteración del aprendizaje y la toma de decisiones así como apatía conductual.
En contextos terapéuticos donde necesitamos que el animal aprenda, explore su entorno de forma controlada o participe activamente en las terapias de modificación conductual, esto interfiere gravemente con el proceso.
3. Existe una alta tasa de efectos adversos
El perfil de seguridad de los antipsicóticos en animales es pobre, especialmente los de primera generación. Los efectos más reportados incluyen:
Letargia o estupor.
Hipotonía.
Bradicardia.
Ataxia.
Disquinesias o movimientos involuntarios (difíciles de evaluar en animales).
Síndrome neuroléptico maligno (potencialmente fatal).
Cambios endocrinos: hiperprolactinemia, ganancia de peso, resistencia a la insulina.
Los antipsicóticos atípicos (como risperidona u olanzapina) tienen menos efectos extrapiramidales, pero aun así pueden causar sedación, disfunción cognitiva y efectos metabólicos importantes. En algunos estudios experimentales en gatos y perros, la respuesta ha sido pobre o nula.
En etología clínica se busca comprender a fondo los procesos emocionales, sensoriales, cognitivos y sociales que subyacen a las conductas problema. No se limita a identificar emociones como miedo o frustración, sino que evalúa de forma amplia al paciente, considerando su entorno, su historia, su neurobiología y su bienestar general. El objetivo terapéutico no es simplemente modificar la conducta observable, sino lograr una transformación profunda en la forma en que el animal percibe, procesa y responde al mundo que lo rodea. Por ello, se prioriza la modulación emocional, el aprendizaje adaptativo, la prevención del sufrimiento y el fortalecimiento del vínculo humano-animal, en lugar de la mera supresión conductual.
El uso de antipsicóticos contradice este principio: no trata el origen emocional ni favorece el cambio cognitivo, solo reduce la expresión visible de la conducta. A menudo, esto se interpreta erróneamente como "mejora", cuando en realidad puede tratarse de un estado de inmovilidad forzada o disociación.
En contextos muy específicos, algunos profesionales han explorado su uso como último recurso en:
Trastornos compulsivos refractarios a ISRS y tricíclicos
Episodios agudos de agresión severa con riesgo vital
Casos paliativos donde otras terapias no son viables
Pero incluso en esos escenarios, los resultados son inconsistentes y el riesgo de efectos adversos es alto.
Los antipsicóticos tienen un lugar importante en psiquiatría humana, pero no son adecuados ni seguros para tratar trastornos del comportamiento en perros y gatos. Su efecto inhibidor de la dopamina compromete la calidad de vida, el aprendizaje y el bienestar emocional del paciente, sin ofrecer un beneficio terapéutico real.
Como clínicos, debemos elegir estrategias farmacológicas que acompañen y potencien la terapia conductual, no que simplemente silencien sus signos. La prioridad es siempre el bienestar del animal, basándonos en la ciencia y la ética.
No olvidemos que las terapias etológicas siempre deben evaluarse en relación al bienestar del animal, la expectativa terapéutica y las alternativas disponibles.
Referencias:
Berridge, K. C., & Robinson, T. E. (1998). What is the role of dopamine in reward: hedonic impact, reward learning, or incentive salience? Brain Research Reviews, 28(3), 309–369. https://doi.org/10.1016/S0165-0173(98)00019-8
Crowell-Davis, S. L., & Murray, T. (2006). Veterinary psychopharmacology. Wiley-Blackwell.
Dodman, N. H., & Shuster, L. (1998). Use of risperidone in the treatment of stereotypic self-licking in a dog. Journal of the American Veterinary Medical Association, 213(12), 1760–1761.
Horwitz, D., & Mills, D. (2009). BSAVA Manual of Canine and Feline Behavioural Medicine (2nd ed.). British Small Animal Veterinary Association.
Howes, O. D., & Kapur, S. (2009). The dopamine hypothesis of schizophrenia: version III—the final common pathway. Schizophrenia Bulletin, 35(3), 549–562. https://doi.org/10.1093/schbul/sbp006
Kuepper, R., Skinbjerg, M., & Abi-Dargham, A. (2012). The dopamine dysfunction in schizophrenia revisited. Schizophrenia Bulletin, 38(2), 386–395. https://doi.org/10.1093/schbul/sbq112
Landsberg, G. M., Hunthausen, W. L., & Ackerman, L. J. (2008). Behavior problems of the dog and cat (3rd ed.). Saunders Elsevier.
Muench, J., & Hamer, A. M. (2010). Adverse effects of antipsychotic medications. American Family Physician, 81(5), 617–622.
Overall, K. L. (2013). Manual of Clinical Behavioral Medicine for Dogs and Cats. Elsevier Health Sciences.
Stahl, S. M. (2013). Stahl's Essential Psychopharmacology (4th ed.). Cambridge University Press. https://doi.org/10.1017/CBO9781139170168